Visitando el huerto del Campo de la Cebada
¡Muy buenas a todos locos de la huerta!
El siguiente relato narra la aventura vivida en la visita al Campo de la Cebada, la primera visita a un huerto externo al mío, cualquier parecido con la realidad no es ninguna coincidencia por ello dejaremos a sus protagonistas casi en el anonimato:
Era una tarde calurosa de Mayo, el sol resplandecía tras las últimas lluvias de Abril y aunque no era apropiado aún salir en manga corta los primeros calores incitaban a ello.
Me había citado con Lucía Muñoz (ya la conocéis por sus artículos en esta web) a las 18:00 pm, para visitar el huerto urbano de La Cebada en pleno centro de la ciudad. Yo llegué un poco antes para darme una vuelta por el lugar, me encanta ese espacio tapizado con grafitis, construcciones recicladas y gentío a mansalva disfrutando de la tarde en mitad del pleno ajetreo de la ciudad.
No son pocos los Domingos que me dejo caer por allí a tomar un refresco con amigos y disfrutar de alguna de sus actividades, conciertos, charlas o simplemente ver el panorama. Pero aún no conocía a los integrantes del equipo hortícola que le daban a esa plaza un motivo más para ser un lugar de referencia en el ocio Madrileño.
La Visita al huerto del «El Campo de Cebada»
Mi sorpresa fue mayúscula cuando recibí un mensaje de Lucía, se retrasaba unos 30 minutos y tendría que empezar yo con el reportaje… En ese momento no tenía ni idea de con quien hablar ni que hacer, ya que ella se había encargado de contactar con el grupo, yo sólo era el cámara que acompaña en un discreto segundo plano a la persona que hace las preguntas. Y ahora tenía que hacer yo unas preguntas a un sujeto que aún no conocía.
Así, hice de tripas corazón y me acerqué a un grupo de personas que charlaban cerca de los bancales que componían el huerto urbano. Mi corazonada se vio recompensada cuando me dijeron que eran parte del colectivo que gestionaba aquello. Yo les comenté que estaba acabando agrónomos, que estaba haciendo un canal en youtube para que la gente aprendiera a hacer un huerto y la verdad que la idea les pareció hasta buena.
Pero cuando saqué mi casco de obra tapizado de pegatinas y la cámara, pasé de ser una persona normal que tenía interés por los huertos a un bicho raro y algo freak que iba a grabar en su garito. No pasaba nada, era completamente lógico que a una persona así no se la tomara muy en serio ya que resulta para todos algo chocante un señor con un casco de obra que te está grabando… Pero con un poco de esfuerzo me ganaría su respeto y confianza, sólo era cuestión de seguir ahí.
Llegaron más personas y comenzaron con sus quehaceres, sacaron los aperos de un contenedor industrial (cómo los típicos de los muelles que se apilan unos sobre otros), quitaron las malas hierbas de los bancales y comenzaron a labrarlos con la azada para darle al suelo ese remontado que le hacía falta para aumentar su porosidad y que así absorba más agua (esto no lo digo siempre por decir, es que es así).
Después de un rato grabándoles mientras trabajaban, a uno de ellos se le ocurrió la gran idea de ponerme a trabajar a mí. ¡A mí! ¡Por dios que despropósito poner a trabajar a un pobre cámara desamparado sin su colega de redacción! Pero en mi afán de reconocimiento me subí a uno de los bancales y comencé a machacar el suelo con el azadón.
No duré ni 3 minutos antes de que el susodicho me explicara muy amablemente cómo se utilizaba (ya os he dicho que en la escuela de agrónomos no hay clases de manejo de azada y la verdad que serían muy necesarias) y después de unos cuantos intentos más mi técnica fue la adecuada para conseguir levantar bien el suelo sin romperme la espalda, por lo que le estoy realmente agradecido.
Por allí también rondaba una estudiante de sociología, muy guapa todo hay que decirlo, y mi tutor de azada estaba muy concentrado contándola todo lo que necesitaba saber sobre el espacio, el huerto etc. Así cuando Lucía por fin llego a la cita, yo me encontraba empapado en sudor tras llevar apaleando el suelo unos 15 minutos (no es mucho, pero para mí fue durísimo).
Lucía, que también es muy guapa, captó la atención del tutor de azada y por fin pudimos obtener una explicación mayormente aceptable sobre el huerto el espacio etc. Tras lo cual también la pusieron a trabajar picando los restos del cultivo anterior para meterlos en la compostera.
Después de un rato nos cansamos y pudimos disfrutar de uno de los refrescos que ofertan por allí viendo a los demás trabajar, respondieron a las preguntas que queríamos hacer y nos quedó un reportaje bastante chulo que podéis ver a continuación (también os dejo los links de los reportajes de Lucía):
El Huerto comunitario “EL CAMPO DE CEBADA”
Compostaje y Plantación en un huerto urbano
Bromas aparte, merece la pena visitar un huerto, pero es mucho mejor trabajar en él para poder vivir la experiencia desde dentro, aprender cosas nuevas y sentirte parte de un trabajo bien hecho.
La verdad que después de aquél día, no volví a ayudarles (ya con mi huerto tengo suficiente) pero siempre que vuelvo a tomarme un refresco por allí veo el bancal que labré con todo lo que está creciendo en él y puedo decir: ¡Yo he sido parte de eso!
Un saludo y no dejéis de acercaros por la Plaza de la Cebada.
Revisado por: Prof. Dr. Luis Ruiz García el 21/07/2019